Nora, la historia de un documental

Nota de Néstor Machiavelli en La Nueva.
Los trabajos que hacemos para la televisión cuentan vidas.
Vidas simples, cotidianas, con aroma a barrio, y otras que rozan la leyenda, como las de Milstein y Favaloro, vecinos ilustres que alcanzaron dimensión universal.
De tanto andar hurgando entre calles, archivos y memorias, aprendimos a mirar donde otros no ven. Porque las historias —y sus protagonistas— están ahí, delante nuestro. Solo hay que agacharse y recogerlas como un fruto maduro, para que no se las lleve el viento del olvido.
Una de las mayores enseñanzas de este oficio es que cada persona, por más sencilla que parezca, guarda un diamante en su interior. Y nuestro desafío es encontrarlo, pulirlo con palabras e imágenes, y mostrárselo a la gente.
Producir, filmar y contar estas historias lleva meses de trabajo. Todo ese tiempo se condensa en un documental de apenas 30 o 40 minutos.
Pero, ¿qué sucede cuando, en pleno proceso creativo, un diluvio cae sobre la ciudad y deja cicatrices profundas? ¿Se puede seguir como si nada? ¿O el guion debe reescribirse para incorporar la nueva realidad de la comunidad devastada que empieza a reconstruirse?
Retrocedamos en el tiempo.
Fines de 2023, FerroWhite, el museo donde aún flota el aroma de estaciones ferroviarias y el regreso del tren se sueña como un milagro.
Allí está Nora Aversano. Whitense de alma, con el corazón apuntando hacia Ponza, esa isla milenaria frente a Roma, en medio del Tirreno, que aparece en las páginas de La Odisea.
Los Aversano, familia de pescadores, llegaron desde esa isla lejana y echaron raíces al borde del estuario. Vinieron a tender redes, a ganarse la vida con los frutos del mar. Durante años, su lancha, el Águila Blanca, fue orgullo del barrio y recibía a los visitantes en la entrada del Museo del Puerto.
Hugo Pallottini enciende la cámara. El silencio se llena de vida.
Nora es un torrente de emociones. Sus ojos brillan con cada recuerdo. Habla de sus padres, de su casa en el barrio obrero, de su infancia. Nombra a Luigino, su papá, que cambió las redes del mar trenes y locomotoras. Ferroviario, tanguero, bailarín… murió joven, sin llegar a verla cantar. Pero le dejó una herencia de amor por los rieles.
Por eso Nora eligió su nombre artístico: Nora Roca, en homenaje a la línea que su padre recorrió y disfrutó.
El reportaje fluye. Nora cuenta que quiso ser médica, que estudió bioquímica en la UNS. Habla de su hija Paula, de su nieta Lucía, y otra vez, la emoción se vuelve lágrima.
Italia la habita, habla el idioma, sueña con conocer Ponza, su raíz. Entona canciones italianas con una pasión que traspasa la cámara. Lo demuestra cuando interpreta Caruso, grabada frente al estuario, desde el balcón de “La casa del espía”, en FerroWhite (ver video).
En la primavera pasada, acompañada por Víctor Volpe en piano, cerró el documental de César Milstein con una versión conmovedora de Honrar la Vida (ver video).
En marzo pasado queríamos estrenar el documental en el Teatro de Ingeniero White. Pero el diluvio cambió los planes.
O mejor dicho, los pospuso. Porque lo haremos. Cuando el teatro sane sus heridas y recupere su esplendor. Allí estará Nora, su voz, y la historia que supimos contar.
Mientras tanto, seguimos trabajando en lo que falta. Escenas que unirán las dos caras de una misma ciudad: la Bahía de antes y después del diluvio. (19-04-25)-