Para ganar estabilidad recuperaron la ganadería y de casualidad llegaron al aceite de oliva
Los Hollender diversificaron actividades y se metieron en caminos inesperados. Lograron un sistema menos insumo dependiente y avanzaron en el eslabón comercial.
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Nota de Javier Carrizo en Clarín
Papá, mamá e hijos. Todos, ingenieros agrónomos. “De moda se habla muy poco”, bromea Mariana Ecke, quien junto a su marido Diego Hollender y sus hijos, Martín y Federico, llevan adelante una empresa agropecuaria que abarca la producción de granos, la ganadería de invernada, los servicios de acopio y 170 hectáreas de olivos que producen uno de los mejores aceites del país.
La historia de Diego y Mariana arranca a principios de la década del 90 en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Bahía Blanca. Ella es de Guaminí, él de Coronel Dorrego. Se enamoran, se casan y deciden emprender su vida juntos, en esas tierras del sudoeste bonaerense. “Vengo de una familia que siempre se dedicó al campo. Soy la cuarta generación de productores de origen danés”, relata Diego y agrega que, a comienzos del 2.000, experimentaron un gran crecimiento impulsados por la siembra directa y los arrendamientos accesibles.
“En aquella época, salíamos de un mal momento de baja rentabilidad y había campos disponibles. Así, crecimos en superficie gracias a esta técnica, y eso duró unos 15 años. Después, empezaron los problemas de malezas resistentes, el sistema se volvió insumo-dependiente, los suelos empezaron a degradarse y la rentabilidad comenzó a flaquear”, señala. Eso los llevó a pensar en planteos alternativos más sustentables desde lo económico y lo ambiental. ¿Cuál fue la decisión? Volver a los orígenes.
“Mi abuelo y mi padre trabajaron mucho con ganado y agricultura, porque esta zona antes era mixta. Pero con la extensión de la frontera agrícola, la ganadería fue quedando relegada en Coronel Dorrego”, remarca el padre de la familia. Sin embargo, 2019 representó un año de quiebre para los Hollender. Luego de una mala cosecha y del arrastre de varios años de márgenes muy ajustados, decidieron incursionar en la ganadería.
“Tuvimos que rehacer toda la estructura de los campos: alambrados, instalaciones, mangas, molinos, viviendas, todo estaba muy degradado para la actividad”, rememora. Luego de cinco años de inversión y mucho trabajo lograron adaptar los sistemas para hacer planteos mixtos de agricultura, ganadería y la rotación de los mismos.
¿Cuál fue el resultado? “El complemento es muy bueno, veníamos de una situación complicada haciendo sólo agricultura y se potenció mucho al sinergizar con ganadería”, pondera Diego. Este cambio les permitió bajar un 30% el uso de agroquímicos, logrando un sistema más sustentable en la faceta económica y ambiental.
El hallazgo de los olivos
Corre el año 2017 y los Hollender adquieren un campo de 250 hectáreas para incorporarlos a sus planteos agrícolas de trigo, cebada, maíz y girasol. Pero en una pequeña parcela, descubren unos viejos olivos —firmes y estoicos— como guardianes de un sueño de verde esplendor.
“Fue un hallazgo. Mi padre compró ese campo con la intención de hacer agricultura extensiva. Pero como ya estaban esas plantas, tuvimos que decidir si sacarlas o meternos en un negocio desconocido, aunque sabíamos que tenía buen potencial en la zona”, recuerda Federico Hollender, uno de los hijos de Diego y Mariana. Hoy está al frente de 170 hectáreas (que pronto serán 210 hectáreas) bajo el sistema súper intensivo. Todo se encadena a un complejo agroindustrial que produce unas 100 toneladas de un selecto aceite de oliva de variedades como Coratina, Arbozana y Arbequina.
El año pasado inauguraron una moderna almazara de origen italiano que se encarga de extraer el preciado “oro verde” dorreguense. Además, desarrollaron la marca “Estilo Oliva”, con la que comercializan el aceite y cuenta con un showroom integrado la finca en la Ruta 3. Este año, su varietal Coratina fue premiado como “Best of de best” en el BAIOOC (Buenos Aires International Olive Oil Competition).
La olivicultura representó una especie de revelación. “Vos pensá que nosotros somos productores primarios de toda la vida, que nunca ganamos en la cadena comercial, siempre vendemos el producto en origen y la renta viene de ahí en adelante. El olivo nos permite arrancar desde el campo y llegar al final de la cadena. Poner el producto en la mesa del consumidor”, subraya Diego.
Lo primero es la familia (y los recursos humanos)
Trabajar en familia puede ser un sueño o una pesadilla. Diego, Mariana, Martín y Federico funcionan como un tándem afectivo y empresarial. “Las reuniones suelen ser antes de empezar la semana en un asado o tomando mate, las tareas del campo las vivimos como parte de nuestras vidas”, cuenta Mariana.
En 2023, ambos hijos se recibieron de ingenieros agrónomos y pasaron a integrar roles importantes en la compañía familiar. Mientras que Federico se ocupa de los olivares, Martín está a cargo de los cultivos extensivos y tiene que vérselas todos los días con las malezas resistentes. “Al ser una zona de menor potencial, los márgenes no son muy grandes. Entonces, cuando tenés algún problema y hay que aumentar un poquito los costos, el sistema se resiente. Hay que ser muy profesionales porque no tenés mucho margen”, explica.
Con estos dos casilleros ocupados, Diego comenzó a enfocarse más en el área ganadera. En tanto que Mariana, en lo administrativo-financiero de la empresa y en gerenciar el marketing de “Estilo Oliva”.
Para Diego, hay dos elementos claves para que el trabajo familiar fluya: roles bien definidos y respeto recíproco. “Uno puede tener diferencias o pensar distinto, puede querer hacer las cosas de una manera o de otra, pero mientras nos respetemos y cada uno con su opinión se nutra del otro, todo va ir mejor”, considera.
Ese mismo respeto que se cultiva con los 80 empleados que trabajan en las diferentes unidades de negocio de esta pyme familiar. “Los recursos humanos son la pata más importante que tenemos. Confiamos en nuestra gente porque son fundamentales en el crecimiento de la empresa. Por eso es importante que estén motivados y se sientan parte de ese crecimiento”, apunta.
Los Hollender encaran el nuevo ciclo con optimismo y con una premisa bien clara: enfrentar los desafíos más allá de las coyunturas políticas y económicas. Hay que ser versátiles y flexibles ante las diferentes circunstancias. Por eso, se atreven a soñar en grande y saben que en las crisis también hay oportunidades para innovar y crecer en familia. (12-02-25).