LA DORREGO

Sobreviviendo

Las historias distópicas actuales beben tanto de la imaginación como de la realidad: el cambio climático, la amenaza nuclear, el miedo está entre nosotros.

Nota de Néstor Machiavelli en La Nueva.

No es lo mismo mirar el horizonte desde una reposera que caminar por la orilla del mar. Hay un microclima que nace al ritmo del paso firme junto a la rompiente: se cuela por los poros, despierta el cerebro. Ahí, justo donde el cielo y el mar se confunden, estalla la tormenta de ideas. Es, sin duda, la mejor incubadora de proyectos.

Lo supo decir Eduardo Galeano: la utopía está en el horizonte “Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso: para caminar”.

Los que venimos rodando desde el siglo pasado crecimos soñando utopías. Según el diccionario, son representaciones imaginarias de una sociedad ideal: justa, armónica, en paz con su entorno. Lo opuesto a la distopía, que pinta un futuro oscuro, deshumanizante, con el planeta al borde del colapso.

Hoy, la distopía gana por goleada. Nos invade desde la pantalla: El Eternauta en Netflix, basada en la historieta visionaria de Héctor Oesterheld, vuelve con fuerza 70 años después. Poco antes, en 1949, George Orwell escribía 1984, un clásico del género. En ese mundo totalitario, el Estado controla todo: reescribe la verdad, vigila los pensamientos, anula las libertades. “La moraleja es simple -dijo Orwell- que esto no ocurra depende de vos”

Por la misma época, Ray Bradbury publicó Fahrenheit 451, donde los bomberos no apagan fuegos, los provocan. Quemar libros es ley. Leer está prohibido. A 451 grados Fahrenheit —232,8 Celsius— el papel comienza a arder… y con él, las ideas.

Lo inquietante es que ya no hablamos solo de ficción. Las historias distópicas actuales beben tanto de la imaginación como de la realidad: el cambio climático, la amenaza nuclear, el miedo está entre nosotros. La guerra entre Rusia y Ucrania reavivó terrores dormidos. En Europa crecen las ventas de kits de supervivencia y los búnkeres privados. Un refugio para 25 personas cuesta más de 60 mil euros: diez metros bajo tierra, hormigón reforzado, puertas blindadas capaces de resistir huracanes y explosiones atómicas.

El gran apagón que dejó a oscuras a España fue una cachetada de realidad. De pronto, sin electricidad, sin internet, sin teléfonos, nadie sabía nada. Algunos desempolvaron viejas radios a transistores, pero no tenían pilas. Sin información reinó el rumor: ¿Un ataque ruso? ¿Un acto terrorista? ¿El comienzo de la Tercera Guerra Mundial? Después se supo que fue una falla técnica. Pero el susto funcionó como simulacro: ¿Qué haríamos si el futuro distópico de la ficción se volviera real?

El Eternauta es una de las series más vistas del planeta. Una nevada letal cubre Buenos Aires y mata a miles de personas. Juan Salvo (Ricardo Darín) y sus amigos luchan por sobrevivir. Martín Oesterheld, nieto del autor, lo dice claro: la serie es la épica del hombre común frente a lo extraordinario. El verdadero héroe no es Juan Salvo: es cada persona que se mantiene en pie frente a la adversidad, que resiste junto a otros, que no baja los brazos.

Lo escribe un periodista de La Nación: “En esa figura del viajero eterno, que atraviesa tormentas imposibles, también se presenta una metáfora de la resistencia argentina, de quienes avanzan incluso cuando el futuro parece incierto”.

Mientras escribo esta crónica, me atraviesa el recuerdo de la tragedia de marzo en Bahía Blanca. Agua por todos lados, sin energía, sin luz, silencio informativo. Otra vez, nadie sabía lo que pasaba. Pero hubo algo que brilló en medio del caos: la solidaridad entre vecinos, entre desconocidos que desde todo el país tendieron la mano con donaciones.

La moraleja de El Eternauta cobra vida: nadie se salva solo.

Y después del susto, viene el volver a empezar. La esperanza. La reconstrucción.

En Bahía, la ficción se hizo realidad. Su ejemplo trascendió la ciudad, es ejemplo para todos. (07-05-25).

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