Peligro: un Presidente suelto en las redes
El escándalo por la recomendación que hizo Milei de una criptomoneda revela algo de fondo: los peligros de convertirse en un tuitero serial desde la cima del poder
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Nota de Luciano Román en La Nación
El episodio del “tuit cripto” revela algo que trasciende el hecho en sí: la ligereza con la que el Presidente utiliza sus redes sociales y hasta cierta falta de conciencia sobre el peso de la palabra presidencial. Exhibe, una vez más, el peligro del uso sin filtro de las redes por parte del jefe de Estado, donde parece actuar sin atención a su investidura y su jerarquía institucional.
Los hechos son conocidos: Javier Milei promocionó en sus cuentas de X y de Instagram una criptomoneda que, según algunos expertos, podría estar vinculada a una oscura especulación y maniobra financieras. La explicación que dio el mandatario lo deja expuesto: “no estaba interiorizado”, admitió antes de borrar el tuit. ¿Entonces por qué lo promocionó? ¿Quiere decir que es habitual que el Presidente tuitee y avale en las redes sociales cosas sobre las que no conoce ni está “interiorizado”? Pensemos bien y supongamos que solo fue una torpeza, aunque de proporciones mayúsculas y con efectos sospechosos. No deja, en ese caso, de ser grave y preocupante: el antecedente obliga a poner en duda la catarata de afirmaciones que todos los días hace el Presidente en X. Convalida, además, la idea de que en las redes se habla sin saber y sin chequear. Cuando es el primer mandatario el que participa de esa práctica, la acción misma del Estado entra en una lógica y una dinámica peligrosas.
El episodio muestra que el celular del Presidente puede ser vehículo, entonces, de cosas no verificadas, un universo en el que entran desde calumnias y fake news hasta presuntas estafas piramidales con criptomonedas.
El uso responsable y mesurado de la palabra es un requisito indispensable para el ejercicio del poder. Es probable que ahora mismo parezca que incumplir esa exigencia no tiene consecuencias. Sin embargo, el costo de un accionar temerario en la esfera digital será inexorable. Le hace daño a la credibilidad presidencial y deteriora la institucionalidad.
Medido en términos coyunturales, quizá este episodio le acarree a Milei un costo impensado en sus propias bases, donde anida ese mundo de los “jóvenes cripto”: muchos se han visto sorprendidos y desconcertados por una “jugada” que, en el mejor de los casos, exhibe cuotas de ignorancia e ingenuidad sobre ese universo financiero que no parece apto para improvisados.
Todo el episodio revela un enorme descuido en la difusión de contenidos desde el “teléfono rojo” que maneja el actor institucional más relevante del país. Muestra desaprensión y chapucería, además de una rampante despreocupación sobre las consecuencias de lo que el Presidente dice, avala, potencia o acentúa desde sus cuentas digitales.
La cuestión tiene un significado más profundo porque exhibe, una vez más, la resistencia a reconocer los límites y el corset que impone la investidura presidencial. Suele apelarse al atajo argumental de la “autenticidad”, como si ese rasgo que se evoca como positivo autorizara al Presidente a decir y hacer cualquier cosa: lo que siente; lo primero que se le cruza por la cabeza. Aunque actúa, como ha confesado ahora, sin saber bien lo que hace o sin estar “interiorizado”.
El planteo de que sus redes son “personales”, y que en ellas interviene el ciudadano Javier Milei y no el Presidente de la Nación, se parece más a una coartada que a un argumento. Y confirma la dificultad que existe, muchas veces, para entender la naturaleza de la representación institucional y la responsabilidad que eso supone.
Esta vez el hecho ha cobrado relevancia porque ingresó en un terreno sensible de eventuales conflictos de intereses, maniobras y presuntos engaños financieros. Pero solo un distraído podría creer que es la primera vez que el Presidente actúa desde las redes sociales sin la cautela, la prudencia y el cuidado que exige su cargo institucional. Es frecuente, incluso, que legitime desde su propia cuenta a tuiteros que lanzan insultos o afirmaciones temerarias al amparo del anonimato.
Es tal el flujo de posteos y reposteos que hace Milei desde X que muchas veces se pierde la dimensión y hasta pasan desapercibidas cosas que, en un contexto de saludable convivencia democrática, resultarían escandalosas. Un ejemplo que podría parecer nimio, pero es revelador: esta semana el Presidente retuiteó un mensaje de “Hoplita Liberal” en X que intentaba sembrar dudas sobre un periodista que acababa de sufrir un incendio devastador en su departamento de Puerto Madero. “Explicá cómo hiciste para vivir ahí”, lo hostigaban desde cuentas libertarias. Al avalar una de esas publicaciones, el propio Presidente asumía la actitud cruel de mortificar a alguien en el momento en el que atraviesa una desgracia, pero se hacía cargo también del viejo prejuicio y resentimiento que supo exacerbar el kirchnerismo, según el cual el que vive bien, o en un barrio acomodado, es por eso mismo sospechoso y debe tener algo que explicar.
“No estaba interiorizado”, podría decir el Presidente. Esa se perfila como una nueva muletilla para desentenderse del daño y el agravio que pueden provocar sus intervenciones como tuitero serial. Todo eso instala dudas más que razonables sobre la impulsividad y la ligereza con la que se hacen afirmaciones y se toman decisiones en lo más alto del poder.
Hay que recordar, además, que todo esto ocurre en un espacio político (el de las fuerzas del cielo) que ha definido al celular como “un arma”. ¿Es un arma que se empuña sin responsabilidad ni cuidado? La respuesta parece estar a la vista. De una fuerza que apuesta a la galaxia digital para librar su batalla cultural y tejer su narrativa política se esperaría mayor profesionalismo y sofisticación a la hora de instalar temas en las redes. ¿O es todo un juego de impulsos, provocaciones e improvisación?
El “cripto-gate” expone también la arrogancia en el poder: el reconocimiento de haber posteado algo sin la debida información y cautela no da lugar a un pedido de disculpas sino a un nuevo ataque contra los que plantean cuestionamientos o piden explicaciones: son “ratas” y “miserables”, a los que hay que enfrentar “a las patadas”. Es cierto que hay sectores de la oposición inclinados a la sobreactuación. Que el kirchnerismo, con una foja cargada de engaños y saqueos durante su largo ciclo en el gobierno, intente hacer un aprovechamiento oportunista del derrape presidencial, no le quita gravedad ni relevancia a un episodio que pone en discusión cuestiones como la responsabilidad y el rigor en el manejo del poder.
A más de un año de haber asumido, el desafortunado “escándalo cripto” tal vez le dé al Presidente una oportunidad de aprendizaje: el uso impulsivo y descuidado de las redes sociales puede ser muy dañino cuando se dirige contra “el enemigo”, pero también puede ser autodestructivo. Tal vez la verdadera autenticidad sea decir “me equivoqué”. (17-02-25).