Debate por Cometierra: Intensamente, made in Argentina
Cuando la ficción incomoda al poder, la reacción es prohibirla: un debate necesario sobre la libertad cultural, tras la polémica desatada en torno a cuatro libros en la provincia de Buenos Aires.
Nota de Claudia Piñeiro en Cenital
En la exitosa película de dibujos animados Intensamente (Inside Out) cada personaje representa un sentimiento: Alegría, Tristeza, Miedo, Enojo, Asco, Ansiedad, Aburrimiento, Vergüenza, Envidia. Son emociones que todos conocemos. Por supuesto, hay otras, los guionistas eligieron las que más se repiten. Puedo reconocer cada uno de esos sentimientos en mí y en las personas a mi alrededor. Sin embargo, el que para mí marca estos tiempos intensos -valga la redundancia- no está mencionado en la película de Pixar: el azoramiento. Frente al disparate, la mentira, incluso, frente al horror, quedamos azorados. Hasta hace un tiempo, sabíamos qué teníamos que decir o cómo actuar. En cambio, ahora, nos paralizamos. No todos, claro. Hay quienes festejan asegurando que esos raros comportamientos y exabruptos se deben a “un nuevo estilo de hacer política”. A algunos, aunque no festejan, la cuestión los tiene sin cuidado y afirman que “no es lo importante”. Otros ni siquiera se enteran. Por eso cuando uso “nosotros”, cuando aplico la primera persona del plural y digo “nos paralizamos”, “no sabemos cómo responder”, sé que no me estoy refiriendo a todos. Ni siquiera a la mayoría. Pero las minorías -la nuestra es bastante grande, por cierto- también importan. Entonces, quiero pensar en torno a esos ciudadanos, muchos o pocos, azorados. Los que todavía nos espantamos cuando el presidente de nuestro país hace gestos masturbatorios sobre un escenario, nos indignamos cuando uno de sus diputados dice que la escuela no debería ser obligatoria porque tal vez el padre de algún niño necesita que trabaje en el taller mecánico familiar, o nos aterramos al escuchar el discurso de uno de sus principales adalides anunciando la creación de una agrupación que será “el brazo armado” del partido gobernante y a la que define como “su guardia pretoriana” (para mí que vio El Reino, segunda temporada).
Cuando pienso en ese “nosotros”, incluyo a personas muy diversas. Para azorarse no hace falta pertenecer a determinado partido ni comulgar con determinada ideología política. Tampoco haber votado a algún candidato, ni objetado a otro. Somos un conjunto variopinto. Pero, a pesar de las diferencias y para aunarnos, cuando nos pienso, a todos nos pongo la misma cara: la de Holly Hunter en una impactante escena de El piano, la película de la neozelandesa Jane Campion. El recurso se lo robé a Quentin Tarantino que, en una versión del guión de Pulp Fiction, escribe sobre un margen y como indicación actoral: “Acá tenés que lograr la cara de Holly Hunter cuando le cortan el dedo en El piano”. Nunca encontré una marca de dirección de actores más precisa. Esta es la escena: Sam Neill, el marido, en un ataque de celos porque cree que Holly ama a Harvey Keitel, le corta el dedo índice con un hacha, lo que, además de un cercenamiento brutal de su cuerpo, tiene como objetivo que su mujer no vuelva a tocar el instrumento musical que la acompañó desde Escocia a Nueva Zelanda, y que la sostiene en ese ambiente hostil al que llegó entregada por su padre para consumar un matrimonio no consensuado. Esa cara, esa reacción, la de Holly Hunter con un dedo menos, sangrando, digna pero azorada, tapando con su mano sana la amputada, tratando de erguirse, fingiendo que podrá con ello, es la que reconozco en nosotros. Porque está claro que nadie cree que sea posible que su pareja le corte un dedo. Del mismo modo que nosotros, hasta hace poco, no creíamos posibles dichos o hechos que juzgábamos fuera de toda lógica. Entonces, frente al asombro mayúsculo, ante la imposibilidad de comprender la acción del otro, y más allá del propio dolor, deviene la confusión, la parálisis. Y esto dura un tiempo, largo o corto, no hay una regla, depende de cada quien. Pero como sabemos que no está bien que arrasen con lo que fuimos, al rato empezamos a dar pasos titubeantes, uno o dos, nos miramos, nos decimos que algo tenemos que hacer, aunque no sabemos qué, nadie parece saber. Holly Hunter se levanta y camina sobre el barro en estado de conmoción contenida, tratando de alejarse del hombre que le acaba de amputar su dedo índice, pero al que está atada por un vínculo que no eligió. Campion, gran directora, incorpora en la escena varios planos de su cara, dejando en claro que Ada McGrath (ese es el nombre de la protagonista) sigue sin entender qué es lo que acaba de suceder. Sí, le hacharon un dedo, pero cómo fue posible. Para colmo, en ese día desgraciado, llueve. Ella se resbala, trastabilla y, finalmente, en una imagen preciosa que parece una mezcla entre un cuadro de Friedrich y una escultura de Bernini, de espaldas a cámara, la mujer agredida cae sobre sus rodillas, vencida, su pollera negra con miriñaque se infla alrededor de ella como un globo marchito. Ada es todo soledad, barro, y azoramiento.
Los hechos
La última vez que nos sentí Holly Hunter en El piano fue cuando el Gobierno, en especial a través de su vicepresidenta, intentó convencer a la población de que cuatro libros de autoras argentinas son pornográficos y corrompen a “nuestros” niños. Son varios los señalados, pero en la denuncia penal contra el ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires, Alberto Sileoni, presentada por la Fundación Natalio Morelli, los títulos presentados como prueba son cuatro: Cometierra, de Dolores Reyes; Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara; Las primas, de Aurora Venturini y Si no fueras tan niña, de Sol Fantín. Los que leímos algunos de esos libros -o todos- nos quedamos perplejos ante la denuncia (cara de Holly Hunter). ¿Cómo podría alguien que los leyó pensar que alguno de ellos es pornográfico?
Aunque azorados, podemos tratar de no ser ingenuos y, aún en perplejidad, vislumbrar algunas cuestiones. No me gustan demasiado las listas ni las enumeraciones, pero creo que el desorden en la información referida a este caso lo amerita. Además, el estilo punto por punto imita el de los considerandos de una denuncia, simulando, en este caso, la denuncia de lo denunciado.
Qué sabemos:
*Que la afirmación acerca de lo pornográfico de esta literatura se encuentra inserta en una disputa política entre el Gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires, de la que los escritores somos ajenos.
*Que muchos de los que hablan no leyeron esos libros, sino los tres renglones que repiten los denunciantes y opinadores, con el objetivo de juntar voluntades de padres, en muchos casos genuinamente preocupados, a los que solo les ofrecen pasajes donde está la palabra “pija” o “concha”.
*Que lo que se busca es impactar más que informar. Por eso insisten con que los libros llegan a los niños, aunque no sea cierto. Los libros comprados por el Ministerio de Educación bonaerense no fueron entregados a niños, ni tampoco forman parte de ninguna lista de lectura recomendada. Son compras de ejemplares que van a bibliotecas escolares. En el caso de los libros cuestionados, a bibliotecas de colegios secundarios o de institutos de formación docente. En todos los casos hay un adulto responsable que mediará entre el libro y el alumno, y ese adulto responsable es un docente o un bibliotecario formado en la materia.
*Que más allá de la disputa política puntual, hay un movimiento mundial que intenta prohibir libros y lecturas. En Estados Unidos con bastante éxito, sobre todo en el estado de La Florida, donde prohibieron largas listas que incluyen desde Ana Frank a libros de Stephen King o Toni Morrison. Según ALA (American Library Association), durante 2023, en Estados Unidos se censuraron 4240 títulos y se presentaron 1247 demandas de censura de libros, materiales y recursos de bibliotecas. Como sabemos, por estas latitudes, a muchos les gusta imitar lo que hacen en aquellas. Aducen los prohibidores de aquí y de allá que nadie mejor que los padres para decidir qué pueden, pero sobre todo qué no puede leer los niños. Y llevan ese argumento al extremo, pidiendo que no se enseñe literatura en los colegios. En una entrevista en Radio con Vos, el periodista Diego Iglesias le preguntó a Barbara Morelli, directora de la fundación denunciante, sobre la función de la ficción en la educación. La entrevistada respondió que no tiene valor alguno en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Y sostuvo: “Los chicos tienen que leer los libros que se usan para educar: matemática, biología”, “si quieren leer ficción, que lean en su casa”. ¡Plop!: cara de Holly Hunter.
*Que ninguno de los involucrados reconocerá jamás que cometió un error. Y cometieron varios. Desde el mencionado en el punto 3, decir que los libros son entregados a niños, hasta cuestiones que, si la cosa no fuera tan grave, causarían gracia. Por ejemplo, la vicepresidenta de nuestro país subió a su IG un post con la leyenda: “Fragmentos del libro ‘Cometierra’, repartido en aulas bonaerenses”, donde transcribe dos párrafos, pero el primero no es del libro de Reyes sino que pertenece a Las aventuras de la China Iron, de Cabezón Cámara. Si yo estuviera escribiendo el guión de una serie sobre los embates de los prohibidores contra la literatura, en este capítulo Dolores llamaría a su amiga Gabriela y le diría: “Gaby, de esta ‘concha’ hacete cargo vos que no es mía”.
*Que más allá de que los libros no fueron entregados a niños ni propuestos para su lectura, tampoco son libros pornográficos. Cometierra es un libro que trata el tema de los feminicidios no resueltos. Solo sabiendo eso una persona razonable se puede dar cuenta de que no se trata ni siquiera de un libro erótico, excepto que algún lector se erotice con la violencia ejercida contra las mujeres, lo que sería bastante preocupante. Las aventuras de la China Iron es una reescritura del Martín Fierro que sigue las peripecias de personajes femeninos relegados en el texto de José Hernández, a quienes la autora les regala aventuras propias. Las primas, de Aurora Venturini, que falleció en 2015, es una novela ambientada en los años 40 que sigue a una familia disfuncional y su ascenso social a través de las Bellas Artes. Si no fueras tan niña, de Sol Fantín, el único entre los cuestionados que no es ficción sino ensayo autobiográfico, cuenta la historia de una joven que fue abusada entre los 14 y los 19 años por el líder espiritual de una fundación religiosa New Age a la que asistía con sus padres. Sí, los cuatro libros incluyen entre miles y miles de otros vocablos, palabras como “pija”, “concha” o “sexo”. No, ninguno de los libros es pornográfico, ni siquiera erótico. No voy a argumentar sobre este punto, solo léanlos y después debatimos. En la Biblia también aparecen palabras equivalentes (por ejemplo, en El Cantar de los cantares, Ezequiel, 23); y “la literatura argentina empieza con una violación”, tal como afirma David Viñas en Literatura argentina y realidad política, refiriéndose a El matadero de Esteban Echeverria, considerado texto fundacional, que termina con la violación grupal de un joven. Muchos leímos El matadero en la escuela secundaria y en nuestros colegios había ejemplares de la Biblia; por suerte nuestros padres estaban ocupados en otras cuestiones.
*Que las cuatro autoras de los libros denunciados son mujeres, y acá comparto con ustedes el consejo que me dio la escritora española Irene Vallejos, leer el libro de Joanna Russ Cómo acabar con las mujeres, donde se cuenta cómo, históricamente, la forma de desprestigiar a las escritoras fue acusarlas de inmorales o pornográficas. O sea, los prohibidores de hoy no inventaron nada nuevo. Como con otras cuestiones ultra conservadoras, la historia se repite.
Que parecen hipócritas las actitudes y el escándalo de muchos. Se preocupa por la corrupción de niños un presidente que cree razonable usar como metáfora representativa del Estado la de un pedófilo en un jardín de infantes, con niños encadenados y bañados en vaselina (cara de Holly Hunter). Se preocupa la vicepresidenta por una ficción que considera “material degradante e inmoral”, pero no la escuchamos pronunciarse acerca de las denuncias por delitos sexuales que pesaron sobre el exteniente de fragata Alberto González, uno de los genocidas que ella visitaba en la cárcel. De hecho, el mismo González fue el primer sentenciado por delitos sexuales durante la dictadura. Silvia Labayrú, detenida en la ESMA, denunció que fue sometida y abusada por él en distintos lugares, incluso en la propia casa del marino y con su esposa participando del hecho (cara de Holly Hunter). Más allá de que Labayrú lo contó en distintas entrevistas, Leila Guerriero recoge con precisión su testimonio en el ponderado libro La llamada, que fue récord de ventas aquí y en España. No me extrañaría que los mismos que no dicen palabra sobre estos hechos aberrantes, algún día objeten el libro de Guerriero que los cuenta.
*Que el mayor peso de toda esta disparatada situación lo tuvo que soportar, más que nadie, Dolores Reyes. Sobre ellas cayeron todos los insultos, la acosaron sistemáticamente y sin descanso en redes sociales, le enviaron amenazas, publicaron el domicilio donde trabaja pidiendo “bala”, subieron fotos de sus hijos con la leyenda de que su madre es pedófila y/o pornógrafa, la maltrataron en ausencia en todo noticiero que quiso aportar su granito de arena al escándalo y la confusión general. Reyes recibió toda esa violencia por haber escrito una novela, una ficción, que habla de jóvenes que viven en el segundo cordón del conurbano, con las palabras que ellos utilizan; jóvenes que se enamoran, que tiene relaciones sexo-afectivas; una historia en la que su protagonista, cuando come la tierra donde estuvo una mujer asesinada, logra saber qué fue de ella, dónde está su cadáver, quién la mató, eso que la justicia tantas veces no consigue. ¿Dónde será que encuentran en esta historia la pornografía o la corrupción, por más que aparezca la palabra pija?
¿Hay algo para hacer?
Y después del azoramiento, qué. ¿Podemos hacer algo? No voy a spoilear el final de El piano, pero Holly Hunter termina mejor que como empezó. En su momento, hubo algunos quejosos, extrañados de que la directora le diera un final feliz a una película donde la protagonista era una mujer “inmoral”, dados los patrones de su época. ¿El dedo y las violencias?, bien gracias. Es cierto que por el camino tuvo que desprenderse de cosas de su vida anterior que consideraba invaluables y que estuvo a punto de dejarse morir con ellas. Su dedo cortado fue reemplazado por uno de metal que le fabricó Harvey Keitel. Pero no hubiera podido llegar a ese epílogo con final feliz sola. En las batallas más difíciles es necesario contar con otros. Lo mismo aplica a nosotros. Entre el abanico de respuestas posibles frente al disparate hay algunas alternativas que parecen haber mostrado su ineficacia. El “no lo van a hacer” no funcionó. Al Change.org lo descartamos hace rato. Los documentos largos y elaborados, sabemos que no los lee nadie. Los argumentos importan menos que la muletilla efectiva. La oposición se divide entre algunos tan azorados como nosotros, otros que patalean en el aire sin lograr aún hacer pie, y hasta un grupo que pretende definirse con el oxímoron: “Oposición que acompaña”. Las instituciones que creíamos que funcionarían como dique de contención ante medidas fuera de toda lógica, incluso inconstitucionales, no están respondiendo como los azorados quisiéramos. Frente a este vacío de respuestas, cada tanto, alguien o un grupo de personas intenta hacer otra cosa. El intento puede ser mejor o peor, salir bien o mal, pero al menos da una tranquilidad: que salimos de la parálisis, aunque sea por un rato.
En el caso de la denuncia penal con pedido de retiro de libros de bibliotecas, y del ensañamiento posterior con determinadas escritoras, después de la parálisis aparecieron algunas respuestas. La nuestra, la de un pequeño grupo de escritores y lectores azorados, fue enfrentar la pretensión de que no se lea haciendo lo contrario: leyendo. Así organizamos para este sábado una lectura colectiva de Cometierra y de los otros libros cuestionados, en un teatro paradigmático: “El picadero”. Aquel que, durante la dictadura, fue sede de Teatro abierto y donde, el 6 de agosto de 1981, un comando militar hizo estallar bombas incendiarias que lo destruyeron por completo. Allí leeremos cerca de 90 escritores: desde Carlos Gamerro, Martín Kohan o Luisa Valenzuela a Liliana Heker, Guillermo Martínez o Alejandra Kamiya, por elegir pocos ejemplos al azar. Allí leerán, por supuesto, Dolores Reyes, Gabriela Cabezón Cámara, Sol Fantín, y Liliana Viola en representación de Aurora Venturini. Allí pidieron estar cientos de lectores entusiasmados, aliviados al comprobar que no están solos, que somos muchos los azorados dispuestos a dar pasos titubeantes para defender nuestras causas, aunque no seamos mayoría. La cantidad de lugares solicitados desbordó la capacidad de la sala. Sin embargo, ante la confirmación de que algunos no podrían asistir, la respuesta fue amorosa, festejando que el apoyo haya sido tan masivo. A poco de lanzada la convocatoria, aparecieron iniciativas similares en otras ciudades del país y en el exterior. El breve texto que acompañará el acto fue firmado, hasta ahora, por 2300 personas: escritores, editores, periodistas, lectores. Y recibió muy valiosos apoyos desde el exterior: Irene Vallejos, José Luis Peixoto, Santiago Roncagliolo, Rosa Montero, Juan Villoro, Giconda Belli, Sergio Ramírez, Mónica Ojeda, Brenda Navarro, Guadalupe Nettel, María Dueñas, Héctor Abad Faciolince, Gabriela Wiener, Alejandro Zambra, por dar solo unos pocos nombres.
Cómo sigue esto: en estado de alerta. Intentando que el período de azoramiento dure cada vez menos, y que los pasos titubeantes arranquen cada vez más rápido. Sabiendo que nos quieren paralizados y por eso cada día renuevan el menú de dichos y hechos disparatados, para generar el mayor espanto. Tratando de seguir encontrándonos, a pesar de ser variopintos, en las cosas que nos unen. Ojalá salga bien. Como el final de la historia de Holly Hunter. (27-11-24).