La ciudad

10 de noviembre / Día de la Tradición: Escribe Fabián Barda

• En 1938, comenzó el periplo legislativo que llevó a la sanción de la ley que instituye el día de la Tradición en la provincia de Buenos Aires

• El caudillo conservador de Dorrego, Gregorio Juárez, integraba el Senado provincial en esa época

• A fines de 1939, comenzaron los festejos en el ámbito bonaerense

• En 1940, “Alumni” (así se llamó Ferroviario entre 1930 y 1943) organiza la primera Fiesta de la Tradición en Dorrego

Origen

Es, a partir del año 1939, cuando en el ámbito de la provincia de Buenos Aires se oficializa la fecha del 10 de noviembre como “Día de la Tradición”. Desde aquel momento en que se inicia un largo camino hoy cubierto por varias postas que, en agrupaciones peñas y fortines en la totalidad del territorio bonaerense han ampliado el marco de noviembre para cubrir un amplio calendario que durante varios fines de semana viste con pilchas domingueras tanto al AMBA como a los pueblos de campaña.

Los antecedentes sobre la valorización del cultivo de la tradición gaucha no son lejanos a la oficialización de la fecha. En el mismo 1939, el Consejo Nacional de Educación aprobó un dictamen de la Comisión de Didáctica que presidía el profesor Próspero Alemandri, en el que se resolvió efectuar una selección de material folklórico enviado por los maestros y directores del interior del país, con el propósito de clasificarlo en prosa, versos, juegos, entretenimientos, música y danzas y difundirlo a través de los maestros en las escuelas nacionales.

También, por el mismo tiempo, el Congreso Nacional había aprobado la Ley Nº 12.108, rindiendo homenaje a la memoria de José Hernández.

El origen de la fiesta de la argentinidad lo ubicamos el 13 de diciembre de 1937, cuando integrantes de la Agrupación Bases de La Plata que tenía bajo su custodia la casa del poeta Pedro B. Palacios (Almafuerte), en la actualidad sede la Biblioteca Almafuerte en la ciudad de La Plata, gestó la iniciativa de encarar frente a los poderes públicos instituir por ley el Día de las Tradición.

Integraban dicha institución, Víctor A. Carvalán, Francisco Carbonelli, Justiniano de la Fuente, Juan Carlos Dellatorre, Arturo C. Schianca, Mario L. Sureda y Francisco M. Timpone.

Fue, precisamente, el último de los nombrados quién lanzó la idea fijando el 10 de noviembre, por ser el día que nació José Hernández, autor del poema “Martín Fierro”.

Días después, Mario L. Sureda publica un artículo periodístico en el diario “El Argentino” de La Plata (periódico este que había aparecido para romper el monopolio que ejercía y ejerció durante gran parte del siglo XX el diario “El Día”), titulado “El Día de la Tradición”. Esta nota fue reproducida por numerosos diarios y revistas del país.

Sureda afirmaba que “si la Agrupación Base, custodia de la casa de Almafuerte, es escuchada, la provincia de Buenos Aires y el país todo, festejarán anualmente “El Día de la Tradición”. Se trata de una iniciativa que la referida agrupación literaria propiciará ante los poderes públicos, con el objeto de que por ley se instituya ese día en los feriados del año, por los menos y, por ahora, en el territorio de nuestra provincia. Más adelante sus gestores moverán la opinión del país, por intermedio de los órganos periodísticos y der las entidades culturales, para que la festividad sea declarada nacional”.

Sureda ahonda en conceptos sobre el porqué de homenajear al autor del Martín Fierro. “El poema gauchesco de Hernández, simboliza en su esencia más profunda, espiritual y nacionalista, y en síntesis meridiana, lo que sirve para estructurar, en una expresión determinada, el motivo básico de la iniciativa. La Patria, que es la tierra que nos vio nacer, tiene en el Martín Fierro, el testimonio de todo lo se amasó en glorias y angustias, en sugerencias y bellezas, en panoramas y ritmos, en filosofías y canciones: es, en una palabra, el vértice de nuestra propia idiosincrasia. Martín Fierro debe ser para todo argentino como un catecismo, como el abecé donde las generaciones por venir aprenderán a quererla y respetarla en la riqueza de su suelo, en la nobleza de sus costumbres, y en la belleza de sus cosas y tipos raciales”.

Por último, ubica, aun antes de que la actual capital de la provincia se trazará sobre diagonales, el llamado de la tierra: “surgió como expresión de un anhelo vivido en la rueda espiritual que una noche se formó en el “rancho criollo” de Justiniano de La Fuente, cofrade que al margen de su función jerárquica en la burocracia provincial, ha mantenido encendida la lámpara votiva del nativismo en el corazón de Ensenada, purificándola en aquellas horas en que la ciudad fabril y portuaria, vivió la ignominia de sus salmos de placer y lujuria, olvidando nuestra juventud atarazada en la senda del vicio, que fue allí, precisamente, donde nuestros mayores, es decir los criollos, rezando padrenuestros de coraje, expelieron al invasor que pretendía birlarnos la patria por el lado de Barragán”.

El proceso legislativo

El 6 de junio de 1938, la Agrupación Bases elevó al Honorable Senado de Buenos Aires la nota solicitando sea instituido el día de la tradición en el territorio de la provincia.

“Bases”, indicaba que “al señalar esa fecha (10 de noviembre), no hace otra cosa que materializar en una determinada del año, el día en que nuestra provincia, deberán conmemorarse los manes de la tradición, esa que ha forjado el crisol de nuestra austera ciudadanía reconocida en el concierto de las naciones civilizadas del mundo. Tiene el 10 de noviembre, signado por el motivo básico, un simbolismo cuya resonancia nadie podrá discutir, ya que el poema de Hernández, por la riqueza sutil de sus versos y la profunda filosofía que lo encierra”.

Dirigida a los legisladores advierten que “Bases” no desmayará hasta que la iniciativa sea una realidad en el calendario nacional. El día del nacimiento del autor del Martín Fierro – 10 de noviembre – lo consagrará para que, en nuestros hogares, humildes y suntuosos, se recuerde, por lo menos una vez al año, que la Patria es algo más fundamental que un conglomerado de leyes básicas que dan personería a la nación. La bullanga y el materialismo de las grandes capitales o pueblos densos: ese día, estimarán sobre que pilares de enjundia descansa la tradición, cuando se lo recuerden nuestros héroes militares y civiles; se lo digan nuestras canciones y danzas; lo canten nuestros poetas; lo maduren nuestros filósofos y hombres de ciencia, y lo sintamos arrullarse de armonías en nuestros oídos por el ritmo sutil de nuestros músicos”.

El 4 de junio de 1939, en la quinta sesión ordinaria del senado provincial se aprobó en general y en particular, el despacho de la comisión segunda de legislación. El miembro informante fue el representante del Partido Demócrata Nacional (Conservadores), Atilio Roncoroni quién señaló que “este asunto, aparte de su procedencia, tiene una trascendencia notable por tratarse de un país como el argentino, donde las influencias cosmopolitas ponen muchas veces en peligro todo aquello que es originario y auténticamente nuestro”.

Agregando que “los argentinos, los que nos sentimos identificados con las cosas de nuestra tierra, los que tenemos cariño por ella y por sus tradiciones, debemos prestar todo el calor de nuestro entusiasmo y acompañar con nuestras actitudes y nuestro voto a proyectos de trascendencia y significación espiritual y patriótica”.

Aquí viene un párrafo llamativo en la voz de un legislador del oficialismo de aquellos años, que había logrado el gobierno a través de un golpe de estado y que se había mantenido en él por el fraude electoral. Es más, el día de este debate estaba a dos meses del 5 de setiembre, elección del Presidente Ortíz, comicio fraudulento si los hubo. No exento de grandilocuencia el miembro informante sostenía que “las grandes conmociones sociales, las grandes revoluciones renuevan la savia y el espíritu de una época, comienzan su elaboración en el sentimiento, que se convierte en idea y en acción; por eso, los largos períodos de quietud, si bien son una atmósfera propicia para las artes, envuelven el peligro de una decadencia moral. Si un pueblo no es revolucionario, por los menos debe ser constantemente evolucionista. La evolución es la revolución de los espíritus; es la fórmula del progreso humano. La tradición popular, transmitida de unas generaciones a otras, revela la existencia de un culto, por la memoria de los tiempos pasados y de los hombres que fueron su alma; revedla que hay una preocupación permanente por mantener la unidad del drama social, sin la que el espíritu colectivo se expondría a perder su puesto de apoyo”.

En estas disquisiciones sobre revolución y evolución, Roncoroni retoma el discurso del liberal conservadurismo argentino o, mejor dicho, del liberalismo argentino es conservador con cierto tinte de positivismo comtiano: “si se me dice que hay en la historia de una sociedad un período del que no han quedado tradiciones, ni recuerdos, deduzco que ese período fue teatro de cataclismos sangrientos, que sepultaron en sus ruinas actores y espectadores: que allí no hubo pueblo ni espíritu público; que en él no alentaba un alma ni germinaba un pensamiento, que en un inmenso y profundo abismo interrumpió la marcha del perfeccionamiento social”.

Tiempos difíciles aquellos de 1939 como para encontrar pluralismo de ideas en el Senado de la provincia. Muestra de ello es que será su compañero de bancada, Edgardo Míguez quién completó la argumentación a favor de la aprobación del proyecto. El legislador sostuvo que la tradición es la epopeya cantada y transmitida por los inspirados bardos de los pueblos guerreros, el romance corre de boca de mozos y doncellas en los encastillados, que ostentan la mirada grave de la triste ojiva y vibran en la voz lúgubre del centinela que, siempre vigilante, pasea su tedio nocturno detrás de las almenas”.

Luego enumera cual es el ámbito en el que se desarrolla esa tradición que se intenta rescatar. “Vibra en la vidalita, se enardece en el contrapunto, se insinúa en el paso corto de la chacarera, degenera en el tango y se arrastra en la milonga arrabalera, se alza y redondea en la décima sonora, y se colorea, plena de entusiasmo patriótico, en el acompasado zapateo y crujir de las espuelas y los percales en las diversas e intencionadas figuras y en el pabellón argentino del pericón nacional”.

“Está en la naturaleza toda y en el vivir, pensar y sentir de los hombres que, en lucha cruenta y mano a mano con ella, nos dieron patria y libertad. Se manifiesta en la narración de los literatos e historiadores y en el inspirado cantar de nuestros poetas legendarios”.

“Es el rancho de nuestras pampas, como evolución primitiva de la choza es la cerreta con su vaivén tardo y chirriante, arrastrada por la yunta de bueyes somnolientos, cansados de la eterna coyunda que los ciñe y de la cruel picana que los obliga a cruzar los pantanos de su camino interminable, con la carga pesada siempre a cuestas”.

No puede escapar Míguez a la vieja tendencia de identificar al gaucho con la gesta libertadora de Hispanoamérica. “Es el ejército de granaderos que cruza el Ande majestuoso para bajar al llano y sembrar el aliento de libertad de su propio impulso, que penetra y se expande, rehace pueblos y multiplica hermanos en el sacrificio, en la independencia y en los triunfos; fuerza incontenible que abre brecha y que no subyuga porque ha renunciado al predominio y esgrime el alma noble que lo retempla y engrandece proclamada en el himno: ¡la igualdad!”.

Busca luego un ámbito más adecuado para encuadrar a la tradición gaucha. “Es el resero que pasea su tristeza tras el arreo, con su silbido característico, su aparente indiferencia frente a la naturaleza que lo hostiga, sin dominarlo jamás” […] “Es la doma del potro salvaje que se deshace en corcovos campo afuera, la enlazada y el pial que aprisiona y tumba, el cuchillo que castra y el fierro chirriante que marca para crear y justificar la propiedad sobre la base firme de la fuerza en combinación con la destreza”.

El dictamen no revistió mayor discusión y fue aprobado en general y en particular por unanimidad. Entre quienes le dieron media sanción al proyecto de ley se encontraba Gregorio Juárez (caudillo conservador de Coronel Dorrego) que cumplía su tercer mandato como legislador de la sexta sección electoral integrando el bloque de los conservadores.

El debate parlamentario

El día 9 de agosto de 1939, en la séptima sesión ordinaria de la Cámara de Diputados, se incluyó en el orden del día el despacho de la comisión de Negocios Constitucionales. A diferencia del senado la denominada Cámara joven ofreció una argumentación más pluralista, ya que al oficialista Partido Demócrata Nacional, se le sumaron representantes del Socialismo y la Unión Cívica Radical. Es decir, todos los partidos que tenían representación parlamentaria en la legislatura bonaerense.

Fue un socialista, Carlos Sánchez Viamonte que con un discurso varias veces interrumpido por los aplausos de los presentes ofició de miembro informante. Retomando la tradición americanista de un sector del socialismo argentino, sostuvo que el significado del proyecto era fundamental “en estos instantes en los cuales hace cada vez más falta marcar y acentuar una posición americana de la vida y un criterio argentino, frente a los problemas humanos de carácter universal”.

Al fijar el porqué de José Hernández y “Martín Fierro”, Sánchez Viamonte aclara que “para cualquier lector inadvertido y frívolo, puede no ser otra cosa que la expresión de un estado social embrionario, del cual, por momentos tendríamos que avergonzarnos. Sin embargo, no puede escapar a la comprensión de un espíritu medianamente sagaz y de mucha parte del alma nacional, del alma argentina, con sus defectos y con sus virtudes, es decir, con su fisonomía propia que jamás es desdeñable y de la cual no podría renegar un pueblo, sin traicionar su propio destino, que aparece involucrado en su pasado y en su presente”.

Ubica al gaucho en una posición muy particular, desde una posición contraria a la de los liberales de fines del siglo XIX que impregnaron gran parte del pensamiento y de la cultura escolar por varias décadas. Decía el diputado socialista que “el criollo nuestro siempre fue el bárbaro que con alguna ligereza ha sido presentado por los primeros ensayos y empeños en aparejarnos a la civilización y la cultura europea. A veces hemos cometido la injusticia de querer deformar aquella modalidad nuestra para acompasarla a las formas materiales de una civilización que venía de fuera y que solía no traernos un auténtico aporte de cultura. La cultura la defino como el dominio del hombre sobre sí mismo. Un problema de fines, no de medios, una calidad y no una cantidad susceptible de aumento puramente técnico. Se puede llegar al más alto grado de civilización material y al mayor perfeccionamiento de la técnica creando la monstruosa antinomia de utilizar la civilización contra la cultura, Porque es contra la cultura todo lo que se haga contra la vida, contra la justicia, contra la libertad. Y los pueblos que han llegado a adquirir un enrome desarrollo de civilización material pueden desnaturalizar el sentido de ese progreso utilizándolo para perjudicar, para anular la personalidad humana y la libertad que es su condición indispensable de existencia y para destruir las posibilidades de justicia que contiene el secreto del destino humano”.

Sánchez Viamonte avanza sobre un aspecto que esos años se incorpora al debate nacional y es la influencia del capital extranjero. Interpretaba que el conflicto que se promueve entre la civilización y la cultura popular es la lucha de la nacionalidad contra el imperialismo. “Desde un punto de vista muy distinto, por cierto, a los que nos presenta la vida en estos instantes en el mundo que aparece en los criollos de nuestras pampas, al resistir la influencia extranjera con un oscuro instinto de que había necesidad de prevenir una cierta posibilidad de avasallamiento. Podemos afirmar que los que tuvieron primero la intuición de que había necesidad de prevenir una cierta posibilidad de avasallamiento. Podemos afirmar que los que tuvieron primero la intuición de que había necesidad de prevenir una cierta posibilidad de avasallamiento. Podemos afirmar que los que tuvieron primero la intuición de que había que evitar que nuestro país fuera convertido para siempre en colonia, sometido a un imperialismo de carácter financiero, fueron los criollos de la Pampa, los que como Martín Fierro opusieron su valor indomable y su rebeldía a veces absurda, a todas las acechanzas y persecuciones que, muchas veces, por un mal entendido concepto de civilización y de la cultura, se pusieron al servicio de influencias extrañas no limitadas y no controladas”.

A esta altura introduce otros de los aspectos propios del debate que atravesaba a las preocupaciones por la nacionalidad desde hace varias décadas atrás: la relación con los extranjeros y el rol de los inmigrantes. “No tengo nada de lo que se puede llamar un “chauvinista”, enemigo del extranjero. Creo que nuestro país es el fruto de e la fusión de razas, que es una manera de superar el concepto de raza. Ceo que, en España, un poco, primero y América más tarde, han logrado superar ese problema, planteándolo y proyectándolo hacia el futuro. América es una creación de futuro, y si alguna vez miramos hacia atrás, hacia ese reciente pasado, no ha de ser para buscar en él prejuicios egoístas y limitaciones, sino simplemente la quintaescencia de nuestra modalidad, para tonificar la savia de este árbol nuevo que somos nosotros, los americanos, y para que el injerto extranjero no modifique lo esencial de nuestro sentido americano de la vida”.

Ex el discurso de Sánchez Viamonte el más profundo y político que se haya escuchado en el parlamento bonaerense durante el tratamiento de ley que instituye el 10 de noviembre como “Día de la Tradición”. El legislador socialista no apeló a cuestiones metafísicas si no que desde las antípodas ideológicas de las diferentes variantes del nacionalismo en boga por aquellos años, repasó las grandes cuestiones que constituían las concepciones en lucha sobre la definición de la patria: el lugar del gaucho y el rol de los extranjeros.

El discurso oficialista estará en diputados representado por Ernesto de las Carreras (h) que relacionó la incorporación del Día de la Tradición al calendario de las efemérides argentinas y la fecha del nacimiento de José Hernández dentro de la “línea tendida en el proceso argentino de la continuidad”, relacionando la iniciativa de la agrupación “Bases” como la lucha por la defensa de un patrimonio común, “de todo lo anterior que es colectivo y a la vez afín a cada uno, quienes defienden lo suyo, defienden, de hecho, el derecho de los demás.

Con respecto al sentido de la nueva norma legal en tratamiento, de las Carreras no duda en afirmar que es este un homenaje al criollo forjador y sincero, que hizo nuestro carácter y nuestro presen; al gaucho noble y fuerte que curtió la piel y su rostro en el trabajo rudo y rendidor de las mañanas heladas y de las tardes rajantes de sol, y no, naturalmente, al malevo pendenciero y provocador de las tabernas que, por felicidad, fue un elemento disperso y aislado, existente porque siempre existen excepciones y solo popularizado con exceso por turbios folletines de pésimo gusto y de peor intención.

Sigue distinguiendo para quien es este tributo, “es un homenaje, digo, al otro gaucho, al que saca, es verdad, el fierro de su vaina, pero lo saca para defender su honor, su vida y su mujer. Es un homenaje al que hizo nacer la valentía legendaria de esta tierra de hombre muy hombres, al que, entre dos mates, abrazó la guitarra y le cantó a su tierra su alegato de amor”.

“Es un homenaje, permitid que repita, al caballero andante de la pampa cobijadora y generosa, al que impetró justicia, al que pidió igualdad, al que partió su pan y su techo con quien quiera que le solicitara comida o asilo, sin preguntar quien era, al que abrió las huellas del destino y al que debemos los notorios progresos de la argentinidad”.

El radicalismo tuvo en el diputado Emilio Ferreyra a su vocero, quien comienza encuadrando que tipo de tradición se refiere a la Argentina. “La tradición por definición implica los acontecimientos, los hechos, las doctrinas que se transmiten en un pueblo de generación en generación. No voy a referirme a nuestra tradición argentina en general. Dejo a los más competentes para que se refieran a su historia, su epopeya, sus ciencias, sus artes y con el sentimiento simplemente de argentino voy a simbolizar la tradición en un ente viviente, en nuestro criollo, para tributar en ese símbolo mi homenaje en esta conmemoración”.

Trata Ferreyra de establecer una evolución histórica desde aquellos gauchos aparecidos en la época de la colonia y ubicarlos en la realidad social de la argentina de aquel tiempo. “Nuestro criollo, nuestro nativo, es el plasma de que se ha formado la nacionalidad. Originariamente producto de dos razas, una aborigen, otra española de procedencia árabe quizás, heredó el sentimentalismo, el idealismo, el fatalismo de una y el espíritu noble y aventurero de la otra. Tenemos así la personalidad del criollo primitivo que en su informe carácter y en su modalidad sólo atinaba a defender con su coraje y su puñal, su vivienda, el lugar en que vivía, su único patrimonio en este mundo, contra un poder que se ejercías con los caracteres de ese tiempo, resentido en gran parte por la influencia del feudalismo … ese criollo resistente y terco, noble y altivo, llega a promover el gran movimiento de la emancipación, a darle vida, sustancia y brazos. La emancipación lo liberó del dominio extraño, pero lo entregó al dominio de lo informe, al dominio de la anarquía y, bajo este nuevo clima, su carácter se acondiciona a la rebeldía, se hace montaraz, se hace huraño y constituye la pasta con que la organización nacional se funda a través de todas sus sangrientas vicisitudes. Organizado el país, aquel nativo debió desaparecer dando nacimiento al gaucho de las pampas, que a su vez huérfano de la justicia equitativa, se hace un rebelde, un defensor de sus propios intereses, pero con un fondo de altivez y de honradez que la historia le reconoce”.

“De aquel gaucho vencido por la ley y por la autoridad constituida, surgió ese otro tipo ya muy reciente del criollo del campo, del trabajador, del técnico campero, el irremplazable en las faenas de nuestro campo, el cual en breve tiempo con la línea férrea y el progreso de la civilización, también se esfuma y nos da lugar al tipo actual que podríamos llamar el obrero argentino”.

Difícil resulta para el legislador desembarazarse del conjunto de ideas que marcaron durante gran parte de los años que van desde la organización nacional a la crisis del 30 y, que pese al origen popular del sector político que representa, continúan al momento del debate constituyendo la cultura dominante. Concluía Ferreyra diciendo que “veo la evolución del criollo y explicadas sus modalidades e imperfecciones, pero dentro de estas modalidades hay una característica que se impone por encima de todas: la personalidad moral de nuestro nativo, de nuestro gaucho, que nos enorgullece porque comparada con el promedio general de otros países, nos resulta tan ventajosa la comparación que podemos decir con orgullo que nuestro criollo no es inferior a ninguno en condiciones intelectuales, morales y en aptitudes físicas. Y solamente ha tenido su imperfección aparente, su idioma inculto y su ignorancia para que contra él se haya dirigido el irrespeto y a veces hasta la sátira. Esto no nos exime de hacer justicia definitiva confesando nuestro orgullo der génesis, de descender en ese criollo ignorante, informe, rústico, grosero que tenía altivez, generosidad, nobleza y lo que tienen pocos pueblos en la tierra: hidalguía de caballero”.

Fue éste el último discurso antes de la aprobación, ya que, por unanimidad, sin ningún tipo de modificación de la media sanción de la enviada por los senadores; los diputados bonaerenses la convirtieron en ley.

El Día de la Tradición es ley

Fue un proceso de casi un año, ya que la solicitud de la Agrupación Bases ingresó al Senado el 14 de junio de 1938; el dictamen de la Comisión de Legislación Segunda fue aprobado el 4 de julio de 1939, diputados la trató el 9 de agosto convirtiéndose en ley, fue promulgada el 18 de agosto y publicada en el Boletín Oficial el 13 de setiembre de 1939.

La Ley que quedó registrada bajo el número 4756 decía lo siguiente:

Artículo 1: Institúyese como “Día de la Tradición” en el territorio de la provincia, el 10 de noviembre de cada año, aniversario del nacimiento de José Hernández.

Artículo 2: En dicho día, se darán en todas las escuelas públicas de la provincia, las clases alusivas, sobre arte, ciencia y música nativa y con especialidad sobre “Martín Fierro”, el inmortal poema de Hernández, la emisora oficial de radio propalará exclusivamente música autóctona y en el Parque “Ricardo Güiraldes”, Museo de Luján y otros sitios adecuados, el Poder Ejecutivo organizará fiestas de carácter regional.

Los días 9, 10 y 11 de noviembre, la ciudad de La Plata albergó a delegaciones de Navarro, Pila, Saladillo, San Antonio de Areco, Pereyra, Seis de Setiembre, Chascomús, Bavio, Magadalena, Elizalde, Salto Argentino, Avellaneda, Berisso y Enzsenada. Durante esos tres días hubo exposiciones de artesanías y pinturas, veladas artísticas, homenajes as viejos reseros de la provincia, desfile y jineteada. El gobierno provincial estuvo representado por el dr. Eduardo A. Ortiz, subsecretario de gobierno, que tuvo a su cargo el discurso que dio cierre al desfile tradicionalista en la jornada del 10.

Para 1940, la intención original fue alcanzada. Fueron informados del programa de festejos los 110 comisionados municipales de los partidos que componían la provincia en ese momento, las escuelas primarias y secundarias, el periodismo en general. Así se pudo establecer que se realizaron festejos de gran significación en Coronel Suárez, Nuevo de Julio, Coronel Dorrego, Arrecifes, Bahía Blanca, Lobos, Guaminí, Patagones, Veinticinco de Mayo, Lomas de Zamora, Chivilcoy, Ramallo, Monte, Esrteban Echeverría, Junín y Ayacucho. En algunos de estos sitios la organización corrió por cuenta de la propia municipalidad y otros casos por entidades del medio.

No fue menor la repercusión periodística. Se ocuparon del tema en la Capital Federal, “La Prensa”, “La Nación”, “La Razón”, “Crítica”, “Noticias Gráficas”, “El Mundo”, “El Pampero” y “La Cruz del Sur”. En la ciudad de La Plata, “El Día”, “El Argentino”, “La Opinión”, “Democracia”, “Tolosa”, “Mens Sana” y “Expreso”. En el interior provincial fue reflejado en “La Nueva Provincia” y “El Atlántico” de Bahía Blanca, “El Orden”, “El 9 de julio”, “El Pueblo”, “El Porvenir”, “El Gráfico” y “El Liberal” de 9 de julio, “Crisol” y “Tribuna” de Guaminí, “La Semana” y “Noticias” de Saladillo, “El Imparcial” de Coronel Suárez, “La Opinión” de Balcarce, “El Pueblo” y “El Periódico” de Magdalena, “La Razón” de Chivilcoy, “La Opinión” de General Madariaga, “El Pueblo” y “Las Unión” de Colón, “El Social” de Roque Pérez, “El Imparcial” de San Pedro, “El Debate de Ramallo, “Crónica” de General Lamadrid, “Ideal” de Navarro, “Tribuna Radical” de Las Flores, “El Progreso” de Adolfo Alsina, “El Deber” de Tapalqué , “El Imparcial” de Bolivar, “La Hora de Maipú”, “El Imparcial” de 25 de mayo, “Hogar Linqueño” y “Ariel” de Lincoln, “Alberdi” de Juan B. Alberdi y “La Verdad” de Del Carril.

Así se desarrolló el proceso de oficialización del homenaje a Hernández que se fue completando con resoluciones del Consejo General de Educación de la provincia estableciendo el dictado de clases especiales y con decretos del gobernador para los años 1941, 1942, 1943, 1944 y 1947, declarando feriado en el ámbito de la provincia de Buenos Aires el día 10 de noviembre. (10-11-24).

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