Qué une al nuevo director de la Biblioteca Nacional con el fútbol dorreguense

Botines (sobre Juan Sasturain)

Por Ariel Scher

(Juan Sasturain -escritor grande, futbolero también grande- es el nuevo director de la Biblioteca Nacional. Va el primer tramo del capítulo dedicado a Sasturain en el libro «Contar el juego. Literatura y deporte en la Argentina»)

Juan Sasturain vibra con los pies envueltos en los botines flamantes que le regaló Juan Sasturain. Qué botines: lo mejor de lo mejor que un ser humano puede calzar en el comienzo de la década del sesenta, la convalidación de que entre el piso y los tobillos cabe un paraíso, la verificación de que algunos sueños se hacen ciertos con un cacho de cuero y dos cordones. Qué botines: Fulvence, tiritas blancas, una belleza. Grandes, uno o dos números más grandes que los centímetros que ocupan los dedos y los empeines de Juan Sasturain, dieciseis años, bonaerense, hijo del otro Juan Sasturain, el que, amor de padre, le regaló los botines sobre los que está vibrando, y andando, y ansiando. Y pateando porque Juan Sasturain es futbolista.

Futbolista y de estreno, en una cancha que ese día hierve de la manera en la que sólo hierven las canchas cuando hay un clásico. Los botines lucen tan nuevos para correr como Juan Sasturain luce nuevo para existir. Se le nota en su ilusión y en su sudor con la camiseta brillante y sagrada de Independiente de Coronel Dorrego, enfrentando a Ferroviario de Coronel Dorrego y ante lo más granado del público futbolero de, desde luego, Coronel Dorrego. Y se le nota, además, en que, en ese encuentro que marca su presentación en Primera, no lo incomodan nada de nada los dos pedazos de algodón que puso para completar el espacio vacante en la punta de esos botines, que, como no es posible comprar un par a cada rato, deben durarle hasta que los algodones se vuelvan innecesarios, o sea hasta acabar de crecer.

En esa jornada de clásico, Juan Sasturain ya sabe que sabe jugar. Y lo otro que sabe es que quiere escribir. Tiene algunos textos por ahí y se imagina tener algún mañana por ahí, por la escritura. Pero no piensa en eso, ahora, Juan Sasturain, que, además de los textos, tiene por ahí algunos goles en su historia aún breve, aunque nunca metió ninguno con botines así de luminosos, así de perfectos. Y que no es extraño que le hayan llegado de las manos de su papá, un bancario itinerante por las ciudades y por los pueblos de la Provincia de Buenos Aires, que, en todas esas ciudades y en todos esos pueblos, le conversó un montón sobre el fútbol de antes .
Muchos y muchísimos años después, Juan Sasturain hará que los textos, los goles y su padre integren el equipo que contará en libros como Wing de metegol, en el que, por ejemplo, sugiere: “La experiencia futbolera tiene -para el que puede o quiere- con qué alimentar la aventura personal de inventarse un sentido”. Pero, en ese instante, el alimento, la aventura y el sentido se citan en Coronel Dorrego, cuando el wing de su Independiente manda un pelotazo que encierra trampas para el arquero rival. Ese arquero ve la sombra de las trampas y, entonces, se saca la pelota de encima, como le sale, con un manotazo desprolijo que la traslada y la deja en el borde del área, justo donde hay unos pies que vibran envueltos en unos botines relumbrantes, justo donde espera Juan Sasturain.

Se lo pierden Fioravanti, Alfredo Aróstegui o Bernardino Veiga, los relatores que en la tardes de domingo traían el fútbol de los equipos famosos hasta la radio de su padre. Se lo pierden, además, los que no advierten que en esa tierra y en esa hora sucede el centro del mundo. Es que, de sobrepique, con un arte entrenado en cien potreros, el derechazo exacto, alto y cruzado de Juan Sasturain mueve la pelota como un fuego hasta la red. Un ciudadano antiguo de Coronel Dorrego abre la boca con pasaporte al delirio, otro más evita el parpadeo para que no se le escabulla ni una sola imagen y, conmovido, no lo puede creer. Gol, golazo, recontragolazo, que sirve para que Independiente gane y celebre, que impulsa a que los compañeros lo abracen, que congela a los relojes en ese minuto irrepetible. Que enseña: si la felicidad es algo, es eso.

Con los pies y, también, con el corazón vibrando, lo disfruta Juan Sasturain, que en este segundo insuperable de la vida inaugura con gloria los botines que le obsequió su papá. Parece un cuento sencillo con un final dulce, pero es coherencia pura: nada más lógico que un gol digno de un cuento para un futuro gran escritor.

Publicado en Facebook Deporte y Literatura.

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