Manu Mendiondo: “Conservo una mezcla de alegría y orgullo”

Foto: Sergio Etcheverry

POR PABLO JAVIER MARCÓ

“Leí Bestiario, de (Julio) Cortázar y me voló la cabeza, je”, cuenta Manuel Mendiondo, mientras ceba el enésimo mate en la fría tarde dorreguera.

“Hace poco escuché una entrevista a Dolina en la que decía que ‘no faltaba mucho para que el cuento futbolístico sea considerado un género literario más’. Y comparto plenamente esa idea porque hay una literatura emergente que se rinde al fenómeno futbolístico”, añade.

El cielo está plomizo y en la radio suena Bajan, del Flaco Spinetta, otra de las debilidades culturales del joven periodista.

“No se puede menospreciar al fútbol como objeto cultural, teniendo en cuenta que el fútbol influyó notoriamente a lo largo de la historia argentina. Si hasta fue utilizado por la política. Discúlpame que me desvié del eje, je”, se justifica.

“Citaba a Dolina y, al igual que Cortázar, son grandes referentes, del mismo modo que lo son Fontanarrosa, Galeano, Sacheri, Soriano, Walsh y Ariel Scher, de quien conservo un cariño especial producto de las enseñanzas diarias que recibo. Ellos son las principales influencias y a los que trato de releer por placer”, aclara.

La charla surgió a raíz del cuarto puesto que Manu logró en el III Concurso Nacional de Cuentos y Microcuentos de Fútbol “Roberto J. Santoro”, organizado por Ediciones Al Arco, la primera editorial independiente de literatura deportiva.

“Fueron mis viejos y mis abuelos los que me fomentaron el hábito de la lectura desde muy chico. Siempre recuerdan una anécdota de cuando tenía apenas 3 años. Yo acompañaba a mi vieja o a mi abuelo a hacer las compras y el comerciante siempre me pedía que le leyera lo primero que tuviese a mano o incluso, me preguntaba las capitales de los países, de las provincias y se las decía al toque, je”, recuerda con un brillo especial en los ojos.

“Tuve la fortuna de aprender a escribir antes de ir al jardín de infantes y hasta me daba el lujo de cuestionar con inocencia a la maestra. No soy una persona que señale estos detalles personales y a medida que voy recordando me da vergüenza comentarlo, pero es cierto”, admite.

Pide permiso para salir a fumar “un puchito” y por un rato se apaga el grabador. Afuera comienza a llover y el entrevistado vuelve raudamente, antes de lo previsto.

-Periodismo o literatura, ¿qué te gusta más?, pregunta el cronista.
-Me resulta bastante complejo inclinarme por alguna de estas dos disciplinas. Cuando comencé a cursar la carrera de Profesorado de Lengua y Literatura en el I. S. F. D. N° 62 me di cuenta de que el periodismo y la literatura caminan hermanadas, es decir, van de la mano. La literatura me ayudó a ponerle voz a lo que quería decir con el periodismo. Podríamos hacer un análisis exhaustivo de los géneros y poner en un orden donde se ubique el periodismo literario y la literatura periodística en torno a la noticia y la información, como modos de enunciación y discurso. En síntesis, la literatura desde sus orígenes alimentó al periodismo.

Transcurrieron 45 minutos del ameno diálogo y recién en ese momento surge el tema que propició el encuentro.

“Pasaron casi dos semanas y conservo una mezcla de alegría y de orgullo. Era la primera vez que participaba en un certamen literario con un jurado muy jerarquizado (Sacheri, Scher, Fernández Moore, Grabia y Panno). Presenté cuatro microcuentos con el límite de 600 caracteres, lo cual significó un gran desafío personal ya que mis textos tienen la característica de ser extensos, je”, concede Manu.

“Por eso le doy mucha valoración a ese cuarto puesto a nivel nacional. Porque logré resumir la idea central en cuatro oraciones dentro de las pautas del certamen. Mucho me ayudó la licenciada en letras y profesora Silvia Marchesi, una fuente inagotable de aprendizajes”, añade.

“Fue muy generosa conmigo, ya que mejoró los cuatro microcuentos desde el aspecto gramatical para luego presentarlos. Durante tres meses estuve con la cabeza pensando en el concurso. Estaba insoportable y a mi familia, a mis amigos, les comentaba antes de la decisión que si quedaba décimo estaba feliz igual… Imagínate cuando me comentaron el cuarto puesto… ¡Exploté de felicidad, de alegría!”, comenta.

“Si bien es un largo camino, me convenció lo que quiero para mí. Además, el motivo de esa felicidad es, en parte, porque de a poquito sentí que les devolvía un poquito a mis viejos de todo lo que ellos me dieron. Es lo más gratificante”, dice Manu.

Aclara que prefiere el cuento a la novela, aunque ha leído y releído novelas como “Operación Masacre” o “¿Quién mató a Rosendo?”, ambas de Walsh, “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, “El Naranjo” de Carlos Fuentes o “La Noche de la Usina”, la última de Sacheri.

“Soy ávido consumidor de los libros de cuentos porque se presentan pocos personajes, un sólo ambiente que gira en torno a una historia concreta. En el caso de la novela, el argumento tiene que ser muy poderoso para que me atrape. Y Walsh lo hizo dos veces, je”, enfatiza.

Afuera, la lluvia se hace más intensa y casualmente en la radio ahora están pasando ¿Donde va la gente cuando llueve?, de Pedro y Pablo.
El joven, entusiasta y talentoso Mendiondo reconoce que su andar en el fascinante mundo de la literatura es “muy incipiente”, acepta que le falta leer mucho, y aclara que no apareció aún una idea que lo satisfaga. Pero también confirma que le gustaría, alguna vez, escribir un libro de ficción.

“Por ahora mantenerme en este perfil explorando y exprimiendo al máximo todo lo que el fútbol, un aspecto trivial, profano y sumamente pasional tiene para ofrecerme. No recuerdo quién lo dijo pero me gustaría haberlo dicho yo: ‘uno escribe sobre el mundo que conoce¡. Lejos de la ficción o cerca, depende desde el punto en que se lo mire, estoy recopilando desde hace un tiempo las crónicas deportivas, algunos cuentos y otras tantas notas que escribí que formarán parte de un libro que estoy terminando de darle la forma justa y por qué no en un futuro cercano publicarlo”, explica.

Durante el último tramo de la entrevista, Manu se pone un poco más serio que de costumbre y ensaya una reflexión tan certera como preocupante.

“Como sociedad deberíamos apreciar la realidad inmediata desde un tercer espacio, es decir, salirse de los planos tradicionales con que se miran, se miden y se dicen las cosas. Me atemoriza mucho la liviandad de los argumentos que utiliza el común de la gente referidos a los aspectos más sensibles de la realidad después de haber consumido todo el día una misma idea, una misma postura, un mismo discurso que entra e, inmediatamente, lo incorporan como propio para luego repetirlo”, cuestiona.

“Particularmente, los grandes centros de poder, la hegemonía de unos pocos que manejan los medios de comunicación apuestan a esa ‘táctica’ verificable. Entonces, generan una sociedad totalmente resquebrajada y manipulable, donde no hay lugar para el análisis y principalmente el respeto por el otro”, agrega.

“En definitiva: caemos a uno de los peores pecados: ser manipulado e ignorar tal efecto. Lamentablemente, lo compruebo a diario en los medios de comunicación de llegada nacional y hasta en discursos políticos donde los aspectos sensibles de la realidad se naturalizan prácticamente todos”, razona.

“Habría que preguntarse, ¿de qué hablamos cuando hablamos de ‘naturalización’?, ¿de qué hablamos cuando hablamos de ‘naturalización’ en la política o, incluso, en el fútbol? Una ‘naturalización”’ es creer que cuando hablamos de violencia designamos sólo a una forma, tal vez la más tangible, de las violencias posibles, que es la violencia física, y dejamos de referir a las violencias económicas, a las violencias políticas diversas, a las violencias culturales, a las violencias simbólicas, a las violencias de todas las dimensiones encarnadas a veces en cantos de tribuna, a veces en disposiciones coercitivas, a veces de otras mil maneras”, dice.

“No quería dejar pasar esta oportunidad de manifestarme, ya que soy un ciudadano más que se desenvuelve en un aspecto tan trivial de esa realidad, como es el fútbol pero que de ningún modo significa que por hacer lo que hago me estigmaticen por no tener conciencia social, política, económica y cultural, je.”.

Pasaron 2 horas. Deja de llover. Nos asomamos por la ventana y sobresale un imponente arco iris. En la radio, ahora, se escucha Polaroid de locura ordinaria, esa bellísima canción que Fito Páez escribió pensando en La chica más guapa de la ciudad, el gran cuento del viejo, feo y genial Bukowski. (Fuente: Ecos de mi ciudad).

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